De acuerdo a los datos del censo poblacional del año pasado, quedó demostrado que en Venezuela son cada vez menos las parejas que deciden casarse. Un dato que nos convierte en quizás uno de los países menos románticos en nuestro "amoroso" planeta, pero que a la vez nos ubica como uno de los más preclaros (sí, hace varios meses me aprendí esta palabra y es hasta ahora donde encontré usarla).
Esa preclaridad del venezolano se debe a que hemos aprendido, como el pueblo noble que somos, que más allá del vínculo legal que se da por hecho al firmar el acta, no hay nada más. Que por mucho amor que exista entre una pareja, todo matrimonio tiene como añadidura un proceso largo y tortuoso que llegará a su fin cuando por las cornetas suene el "Alma Llanera" anunciándole a los invitados al convite que es hora de volver a nuestra vida cotidiana.
El matrimonio es como una fiesta de cumpleaños en grande. Donde el agasajado, o en este caso los agasajados, terminan siendo los que menos disfruten del bonche. Todo comienza con el anuncio del compromiso a familiares y amigos. A continuación vienen el aluvión de comentarios "filosos" de amigas solteronas que ven como otra se casa, mientras ellas siguen esperando que les llegue su chance. Al mismo tiempo, el novio recibe todos los pésames de parte de sus panas que ven como muere el pana, ante el nacimiento inevitable de "un g..... más.
En muchos países, la costumbre es ver que las familias se disputen el honor que representa la organización del matrimonio. La pelea por ver quien pone más. En Venezuela pasa exactamente lo contrario. Los bolsillos y las manos se encojen de lado y lado, y sólo algún tío despistado que llegó tarde a la fiesta de compromiso terminará poniendo más que los papás de los involucrados. "Es que la vaina está jodida..." es la respuesta más frecuente.
Como nada en esta vida es de gratis, es momento de cuadrar con el cura de la parroquia de cuánto es el golpe para el matrimonio, para que vea para otro lado con el tema del bautizo y la confirmación, y para que diga ante Dios (su jefe pues) que ya le hizo a la pareja el curso prematrimonial. Entre menos sacramentos hayas cumplido, mayor será la erogación de dinero, o dicho en criollo... el baje de mula.
Llegamos al gran día. La novia la cambiaron por una con un peinado sacado del siglo XIX con lo último en maquillaje al estilo Lady Gaga. El novio, casi irreconocible sin su franela del Barcelona. Las madres de las novias rendirán homenaje con su atuendo a la inmortal Lila Morillo (que no es que sea inmortal en verdad, es que el tiempo con ella se nos hace muy largo), mientras que el cortejo lucirá el vestido más espantoso que la novia en confabulación con la madrina habrán escogido.
Al haber hecho la unión formal ante Dios o ante los hombres, da igual, llega el momento de la fiesta. Comienza el momento del baile de los recién casados... nada parecido al "perreo" de las despedidas que ambos se dieron. Algo muy formal, recatado... rayando en lo ladilla. Y comienza la permuta de parejas. Que si el papá con la novia, que si la mamá con el novio, que si el que se raspó a la novia antes que el novio, que si la que "estrenó" al novio y dijo que estaba preñada pero era mentira, que si el tío "sobón" que aprovechará para pulir hebilla con la novia, y un largo etc.
Llegan dos momentos críticos de una fiesta de matrimonio, el inicio del reparto de comida y de bebidas. De antemano le digo... no se preocupe, lo que usted ponga, será una cagada. Lo único que la gente destacará es que "el tequeño estaba bueno". Lo demás será objeto de profundas críticas, la mayoría provenientes de las amigas envidiosas de la novia.
Nunca falta el espontáneo que quiera decir un brindis... (clin, clin, clin...) "Quiero hacer un brindis por mi pana Rigoberto... Coño Rigo, ¿quién diría que te ibas a casar vale? ¿Te acuerdas cuando íbamos para (inserte nombre de "night club" local de su preferencia), que todas las carajas te conocían? Por cierto, Esmeralda te mandó saludos, y que eres una rata porque no terminaste de pagarle lo de la otra vez..." Y así nace el primer peo de casados.
Si usted es invitado al festejo, y quiere salir con pareja de la fiesta, debe tomar en cuenta que el matrimonio tiene sus tiempos. El tiempo para levantar en un matrimonio va desde que comienza el bailoteo, y termina en el preciso instante que comienza el tan odiado pero impelable "trencito". Ejemplo: Está usted bailando de lo más chévere con la víctima en cuestión... "Todo hombre que sabe querer, sabe dar y pedir a la vez". Y usted pa'lante... y la víctima pa'lante también... Y de repente "Vaaaaaaaaaaaaamos negro pa' la conga". Y más rápido que lo que Chávez dice "majunche", ya usted perdió de vista a la muchacha que se ha ido pegada al "trencito" promovido por el borracho alegre de turno.
Los novios mientras tanto estarán esclavizados tomándose foto con la familia, los amigos de la novia, del novio, los colegas, los panas del softbol del novio, los arroceros, los parqueros... y con cuanta gente haya que echarse una foto para recordar el momento. Luego irán mesa por mesa en procesión respondiendo las tres preguntas habituales que hacen a esa altura del festejo: 1- ¿Y en cuánto salió todo esto? 2- ¿Y dónde es la luna de miel? 3- ¿Y seguro que no te casaste porque ella está preñada?
Y cuando ya se ve una luz al final del tunel... de entrada al salón porque ya son casi las seis de la mañana, pues llega el momento en el que los novios se despiden. Cansados, sin haberse podido echar un palo o comer un tequeño... en medio de una profunda decepción porque el matrimonio "no fue lo que esperaban", y más cuando los nuevos "consuegros" se fueron a las manos en medio de la hora loca después de acusaciones mutuas de "pichirres".
Se van los esposos, listos para pasar trabajo ahora en la luna de miel, donde la aerolínea les perderá las maletas, y el cupo electrónico de Cadivi no les va a dejar disfrutar las maravillas del paraíso tropical elegido para la ocasión.
Es válido preguntarse, ¿por qué en Venezuela hay cada vez menos matrimonios?